domingo, 21 de noviembre de 2010

LUCHA POR LO QUE QUIERES

EL SINDROME DEL EMPERADOR

Hay madres que no se fían de sus hijos


Su ámbito de excelencia son los crímenes, las agresiones sexuales, los asesinatos y la violencia de los hijos contra los padres.
De esto último trató su primer libro, ‘El síndrome del emperador’, donde describió a los hijos tiranos.
 Ahora publica ‘Mientras vivas en casa’. Vicente Garrido (Valencia, 1958) es profesor de Psicología y Pedagogía Correccional en la Universidad de Valencia, y un punto de referencia español en el análisis psicológico de los niños muy violentos.

–¿Por qué una mujer denuncia ante el juez a su hijo adolescente?

–Normalmente, hay dos motivos: teme que abuse de un hermano pequeño, o que lo ataque de forma violenta; o bien, ella y su marido se sienten en peligro. Hay madres que no se fían de sus hijos. Cierran la puerta de su habitación por las noches. Temen que incendien la casa. Ven un riesgo inminente porque los mantiene bajo una amenaza insoportable.

–No habla de casos aislados.

–En absoluto. La Fiscalía General del Estado tramita cada año más de 6.000 denuncias de este tipo, y se considera que apenas representan el 10% de la realidad. Es difícil que las madres denuncien a sus hijos.

–¿Qué sucede para que un adolescente sano agreda a sus padres?

–Su objetivo siempre es tomar el poder. La edad predominante en este tipo de violencia son los 14 o 15 años, que es cuando el chico empieza a salir de casa y quiere obtener privilegios. Es cuando son más evidentes las cortapisas que implica el control paterno en su vida cotidiana. Ha de quedar claro que son muchachos bien cuidados, de familias que se han preocupado por su educación.

–¿Qué controles no toleran?

–Cosas muy básicas. No quieren que se les haga levantar a una hora determinada por las mañanas; no soportan ver los canales de televisión que los padres eligen; se niegan a comer lo que su madre cocina o a cuidar de un hermano pequeño. No les gusta ir a la escuela, ni tener que volver a casa a una hora concreta. Todo eso.

–O sea, las normas de convivencia.

–Exacto. Estamos hablando de chicos con un temperamento violento y dominador extremo, sin ningún apego hacia sus padres. No han vivido en un ambiente violento, ni en una familia desestructurada, pero se sienten muy poco vinculados con ellos. Eso les permite enfrentarse a las normas educativas de la familia sin el sentimiento de culpa o el remordimiento que tienen los niños que quieren a sus padres. No tienen dependencia afectiva.

–¿Y eso los lleva a ser agresivos?

–Eso, sumado a otra característica diferenciadora: tienen muy exagerada la fijación de sus metas. Desean más que otros disponer de más dinero, más tiempo libre..., eso figura entre sus máximas prioridades. Como las familias no son democracias, sino que aplican normas, cada vez sienten más la necesidad de rebelarse. Se dan cuenta de que no tienen dinero ni edad para vivir en otro contexto, y creen que la forma de hacer lo que quieren es tomando el poder.

–¿Cómo se llega a esa situación?–Muchos de estos casos afectan a madres solas, que no tienen tiempo ni saben cómo afrontar los primeros signos del problema, que suelen aparecer cuando el niño tiene 8 o 10 años. También se da en familias con padre y madre, pero es más fácil que el componente violento surja cuando no hay padre. La madre siempre es más vulnerable.

–¿En qué tipo de familias sucede?–Claramente, en las clases medias. Afecta a chicos que suelen ir mal en los estudios y, si no van mal, es porque son inteligentes, no porque se esfuercen. Abusan emocional y psicológicamente de su madre y de algún hermano pequeño. Poco a poco, pasan de ahí a los golpes con objetos y a las amenazas físicas.

–¿Esto es consecuencia de su carácter o de que han sido educados como el rey de la casa?

–No, no. Nada de rey de la casa. Precisamente, esos padres tienen problemas porque se oponen y se enfrentan a sus hijos. Se suele pensar que han sido permisivos, pero no es así. Lo que ocurre es que no han sido suficientemente hábiles para manejar a unos hijos que son muy difíciles. La permisividad paterna facilita la tiranía de un hijo, pero no la provoca.

–¿Es un fenómeno nuevo?

–No. Aunque nunca ha sido tan difícil educar como ahora. Niños con conductas violentas existían hace 40 años, pero vivían en un ambiente externo que les obligaba a mantener autocontrol. La sociedad ha perdido capacidad de socializar. Hay un debilitamiento en el poder de las familias para sacar adelante a los hijos en un entorno saludable. Su primera opción es acudir a la justicia. Se judicializa todo de forma exagerada.

–¿Qué aconseja a quien tenga un hijo dominante y violento?

–Nunca han de cederle la autoridad. Han de intentar, como puedan, que sus hijos desarrollen empatía. Que descubran que pueden ser valorados y poderosos siendo ejemplos positivos para los demás. Necesitan modelos éticos. Conviene incorporarlos a prácticas de voluntariado, a actividades que les generen sentimientos fuertes por ayudar a los demás.

AMOR, FAMILIA Y ENFERMEDAD

La incomprensión del grupo familiar o de los amigos hace un daño muy grande en estas personas. Un daño que, en ocasiones, puede ser irreparable.


Es preciso luchar fuertemente contra esta particular agresión a un paciente haciendo un esfuerzo por superar el problema tanto el paciente como la familia. Para ello es necesario preguntarse por las razones por las cuales un grupo familiar o el cónyuge, pueden agredir a estos pacientes.

La conducta de disgusto frente al enfermo con Fatiga Crónica o con Fibromialgia, parte de un hecho esencial: el egoísmo. Tanto el cónyuge como los hijos, tienen la sensación de ser poseedores de derechos sobre el paciente y, como tal, estos "derechos" les dan la seguridad de que sus caprichos o sus deseos tienen que ser satisfechos por esta persona que, otrora, los satisfacía y ahora no. Dado que el paciente parece sano, las quejas de él no pasan de ser una nadería y conforme a este pensamiento las personas se sienten, a su vez, agredidas por el enfermo quien, no cumpliendo con las expectativas que la familia o el cónyuge tenían de él, se convierte en un ser desagradable, molesto.
Esta enfermedad, que mantiene al paciente con saludable presencia mientras lo erosiona y lo muerde por dentro, pone en entredicho lo que decimos que es amor.
Si pensamos un poco, amar es verse en el otro.

En este marco, amar al prójimo como a uno mismo es la medida del amor, amor generoso, comprensivo, que todo lo perdona, que es paciente, según lo ha definido San Pablo.
¿ Cómo pueden decir los hijos o el cónyuge de este paciente que lo aman si no creen en él, si no creen que sus dolores son ciertos y no psicológicos o inventados; si no creen que verdaderamente no tiene fuerzas para salir a una reunión social ni para dar mamadera a un bebé o disponer el orden de una casa?

Esta enfermedad, por tener las características que ya definimos, es un desafío al amor.

El grupo familiar, molesto por lo que sucede con el paciente, debe cavilar acerca de su conducta frente al enfermo y volver a amar cada día, en el dolor, a ese ser que tiene este grado de incapacidad para acompañar a los suyos como lo hacía antes.
De otro modo, esta afección puede destruir la relación familiar tanto a nivel matrimonial como en el que respecta a los hijos.
Es urgente y perentorio que la familia, los hijos y el cónyuge sepan que el paciente:

1. Los ama, pero no tiene fuerzas para hacérselos sentir.
2. Los quiere ayudar, pero no tiene ánimo para ello.
3. Los quiere acompañar, pero la enfermedad se lo impide.
4. Les quiere evitar sufrimientos y oculta sus dolores o angustias todo lo que puede.

Bueno es pues, discutir entre todos, en el marco del amor, la totalidad de los problemas que han ido surgiendo en el núcleo de la familia a consecuencia de la enfermedad y del egoísmo del grupo, y reconocer que es preciso respetar la individualidad de cada uno sin invadirse unos con otros ni pensar que éste o aquél son los culpables de mi problema o de mi dolor o de mi fracaso.
Cada uno debe asumir su propia responsabilidad en su existencia y tomar para sí sus propias obligaciones con el otro, sin culpar a ese otro de que tenga yo que cumplir ciertos cometidos con él. De otro modo, no estoy amando; sólo estoy queriendo, vale decir, te quiero mientras cumplas con mis expectativas. Si no las cumples, no te quiero.

El amor es absolutamente lo contrario.
Te amo como eres, cumplas o no las esperanzas que deposité en ti.
No amo mis esperanzas; te amo a ti.
Te amo a ti, no a tu salud, no a tu cuerpo, no a tu risa.
Te amo, porque sí.
Porque soy yo en ti.
Si te amo a ti y no a mis esperanzas, entiendo que quieres acompañarme, pero que no tienes energía para eso. Entiendo que me amas, pero no puedes expresarlo físicamente. Entiendo que quieres que yo sea feliz, pero no puedes hacer el esfuerzo.

¡Pero si yo te amo!.

No tienes que hacer ningún esfuerzo para que yo te ame.

http://www.saludactual.cl/otros/fibromialgia.php